Hoy queremos contaros la historia de un curioso santo, que llevó su penitencia hasta niveles insospechados.
¿Os imagináis viviendo casi 40
años sobre una pequeña plataforma a más de 17 metros de altura? Pues os
presentamos a San Simeón (o Simón) “el Estilita”.
Simeón el Estilita |
Nació alrededor del año 388 en Sisán (Cilicia) al sureste de Asia Menor y vivió su infancia como pastor, pero un día al entrar en una iglesia, oyó al sacerdote leer las bienaventuranzas, quedando profundamente emocionado.
Comenzó a preparar su alma a base
de humildad y rectitud cristiana, ingresando con solo 15 años en un monasterio.
Tanta era su fe y su afán de penitencia, que llegó a aprenderse de memoria los
150 salmos de la Biblia para rezarlos por completo cada semana (a una media de unos
21 salmos por día).
Con los años fue adquiriendo un
rigor y una austeridad tan extremas que hasta sus propios hermanos de
monasterio llegaron a pensar que no estaba preparado para ningún tipo de vida comunitaria.
Tanto es así, que finalmente fue expulsado del propio monasterio tras entre
otras cosas, inventar el cilicio como herramienta de penitencia.
Para aquellos que no lo
conozcáis, el cilicio es un accesorio utilizado para provocar a propósito dolor
o incomodidad en quien lo viste. Su uso se extendió durante mucho tiempo en las
diversas comunidades cristianas como medio de mortificación
corporal, intentando así combatir las tentaciones y, sobre todo, como
una forma de acercarse a Jesucristo en los padecimientos que sufrió
en la Pasión y los frutos espirituales que de ella se derivan.
Tradicionalmente, el cilicio era
una prenda de tela áspera o de pelo de animal que también podía
emplearse como faja alrededor de la cintura o el vientre.
En el cristianismo primitivo,
el uso del cilicio para mortificar la carne llegó a ser muy frecuente entre los
ascetas, los penitentes, y aquellos personajes mundanos que buscaban expiar el
lujo y la comodidad prohibidos por el mandato bíblico.
En la Edad Media, la mayoría
de las órdenes monásticas adoptó su uso. Los penitentes lo vestían durante
el Miércoles de Ceniza, y el altar de la iglesia se
cubría con un paño de este material durante la Cuaresma.
El abad del monasterio se dio
cuenta de que Simeón derramaba gotas de sangre, así que le envió a la
enfermería, donde descubrieron que tenía una cuerda con espinas incrustada en
la carne (que no se quitaba ni de día ni de noche) como método para no caer en
sus tentaciones. Así que el abad, para evitar que otros hermanos siguieran su
ejemplo, le expulsó del monasterio.
Cilicio de alambre |
Tras este periodo, buscó cobijo en
una cueva obligándose a permanecer en un espacio angosto que apenas llegaba a
15 metros de diámetro. Pero su fama empezó a crecer y le llegaban gran cantidad
de peregrinos que osaban “molestar” su vida austera para pedirle consejos y
oraciones.
Simeón pensaba que estas visitas
robaban tiempo a su particular forma de vida devocional, separándole de la oración
y el silencio y acercándole a la tentación, así que mandó levantar una columna
con una pequeña plataforma en la parte más alta, y decidió pasar sobre ella el
resto de su vida.
Al principio la columna no pasaba
de los 3 metros de altura, pero fue sustituida por otras cada vez más altas,
llegando la última de ellas hasta los 17 metros para conseguir así alejarse del
contacto humano, a pesar de que los visitantes seguían utilizando una escalera
para llegar hasta él.
San Simeón el Estilita. Cuadro . |
Sobre esta columna pasó sus últimos 37 años de vida, por lo que se ganó el sobrenombre de “el Estilita” (que significa “el que vive en una columna”). Comía una única vez por semana y se pasaba la mayor parte del día y la noche rezando, unas veces de pie, otras arrodillado y otras tocando el suelo con su frente. Cuando oraba de pie, hacía reverencias continuamente con la cabeza, en señal de respeto hacia Dios. En un día le contaron más de mil inclinaciones de cabeza.
Por más extravagante que fuera su
estilo de vida, lo cierto es que Simeón causó un tremendo impacto entre sus
contemporáneos y la fama del asceta se extendió por toda Europa.
Se sabe que escribió varias cartas,
algunos de cuyos textos aún existen; y a pesar de sus reticencias al contacto
humano, llegó a instruir a algunos discípulos y dirigió algunos discursos a la
gente que se congregaba a sus pies.
Grandes personajes, como el
Emperador Teodosio y la Emperatriz Eudocia, manifestaron enorme reverencia por
el Santo y escucharon sus consejos; el Emperador León puso una respetuosa
atención a la carta que Simeón le dirigió a favor del Concilio de Calcedonia.
En una ocasión, Simeón enfermó y
Teodosio le envió a tres obispos para que le suplicaran bajar de la columna y
fuese atendido por los médicos. Simeón no aceptó y decidió dejar su curación en
manos del Señor, sanando en poco tiempo.
Murió en el año 459. Estaba
arrodillado, rezando con la cabeza inclinada.
Tras fallecer, Antioquía y
Constantinopla se disputaron sus restos mortales. Se le dio preferencia a
Antioquía y en ella se depositaron la mayor parte de sus reliquias como
protección de la ciudad, que no contaba con murallas. Las ruinas del amplio
edificio levantado en su honor se conocen como Qal’at Sim’ân (la mansión de Simeón)
y aún existen. Se trata de cuatro basílicas dentro de un patio octogonal,
orientadas en dirección de los cuatro puntos cardinales. En el centro del patio
se encuentra la columna de San Simeón.
Tan curiosa fue la vida de este
santo, que el ampliamente galardonado director de cine Luis Buñuel, la
inmortalizó en una película titulada “Simón del desierto”, en 1965.
¿Rectitud necesaria o extrema? ¿Penitencia o locura? Desde luego,
todos y cada uno de nosotros podemos tener una opinión, pero lo que está
comprobado es que la vida de San Simeón Estilita fue escrita por Teodoreto,
quien era monje en aquel tiempo y fue luego Obispo de Ciro, ciudad cercana al
sitio de los hechos. Un siglo más tarde, un famoso abogado llamado Evagrio
escribió también la historia de San Simeón confirmando que las personas que
fueron testigos de la vida de este santo afirmaban que todo lo que contaba
Teodoreto era cierto.
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